La superficie de la Tierra está constituida por una serie de placas tectónicas que se asemejan a las piezas de un gran puzle. Estas placas tectónicas se mueven debido a las corrientes de convección que circulan en el interior de la Tierra alimentadas por el calor que emana de las entrañas de nuestro Planeta. Las placas “flotan” en una masa de rocas viscosas llamada manto y estas corrientes hacen que las placas se muevan lentamente produciendo, a lo largo de millones de años, cambios en la distribución de los mares y continentes.

La Cordillera Cantábrica, al igual que todas las montañas del Planeta surge como resultado del choque de varias placas tectónicas a lo largo de los últimos 350 millones de años. El primer choque se produjo cuando todas las masas continentales se unieron formando un supercontinente llamado Pangea (ver situación Triásico en la figura superior). La cordillera resultante fue la consecuencia de una fuerte compresión (Orogenia Hercínica) que generó pliegues y fracturas que terminaron levantando las rocas que se estaban depositando en el fondo del mar y en las zonas emergidas. Esta cordillera tuvo dimensiones colosales y alturas comparables a los actuales Himalayas, pero la erosión posterior la desmanteló y la antigua cordillera quedó arrasada.

Con el paso de los millones de años los continentes se fueron separando y la placa ibérica, donde se sitúa parte de la Península Ibérica, viajaba como una isla que poco a poco se fue acercando hasta su posición actual (punto rojo en la figura superior). Hace unos 40-50 millones de años el empuje de la placa africana hacia el norte terminó por unirla a Europa y en la zona de colisión se formaron los Alpes, los Pirineos y la Cordillera Cantábrica volvió a levantarse para adquirir un aspecto similar al que observamos actualmente. Así la Cordillera Cantábrica es el resultado de dos Orogenias: la Hercínica o Varisca y la más reciente denominada Alpina por ser la responsable de la formación de los Alpes.

Las rocas que forman la Cordillera Cantábrica se han acumulado en los últimos 600 millones de años y se formaron en condiciones climáticas muy diferentes a las actuales, debido al continuo movimiento de la corteza terrestre, durante la Historia de la Tierra. En la Cantábrica existen rocas de tipos y edades muy distintas que nos permiten reconstruir el largo viaje que hemos recorrido desde posiciones cercanas al Polo Sur hasta las latitudes actuales. Cuarcitas, areniscas, pizarras, conglomerados, capas de carbón y calizas se acumularon durante ese periplo y, debido a las orogenias Varisca y Alpina, estos materiales fueron comprimidos, plegados y fracturados hasta formar las actuales montañas. Desde entonces las rocas más blandas se han ido erosionando por la acción de los ríos, glaciares y otros procesos, mientras que las rocas más resistentes se mantienen formando las zonas más elevadas de la Cordillera. Estas zonas más altas constituyen los principales macizos donde realizamos nuestras actividades de montaña (alpinismo, cascadas de hielo, esqui, escalada, etc.), como son Los Ancares, Somiedo, Mampodre, San Isidro, Fuentes Carrionas, Ubiña o Picos de Europa.

En el caso de los macizos de Picos de Europa y Peña Ubiña su característica distintiva es el estar fundamentalmente formados por roca caliza, sustrato que ha favorecido su individualización en el paisaje, mostrándose como imponentes castillos de roca. Esto es debido a que la caliza es una roca permeable que hace que el agua circule subterráneamente formando simas y cuevas en el interior del macizo calcáreo. Por ello los Picos de Europa son un referente internacional en Espelología, ya que alberga en torno a 300 km de conductos subterráneos y más de 3.000 cuevas documentadas, entre los que destacan 14 simas con más de 1.000 m de profundidad (la más profunda tiene 1.589 m). En Picos se encuentran el 13 % de las simas de más de 1 km de profundidad del mundo. Como el agua no circula en superficie, en los macizos calcáreos es difícil encontrar ríos y fuentes, por eso es importante ir provistos de agua en abundancia para realizar nuestras actividades.

Macizo occidental de los Picos de Europa desde su vertiente leonesa.

En Ubiña y en Picos de Europa las rocas más blandas del entorno se han ido erosionando y las calizas han “sobrevivido” resaltando en el paisaje. Así, en la periferia del Macizo de Ubiña y de los tres macizos que forman los Picos de Europa, se forman espectaculares pendientes de hasta 2000 m de desnivel. En estas vertiginosas laderas rocosas la acción de antiguos glaciares, y de los torrentes y aludes actuales, han ido excavando característicos valles estrechos y muy empinados conocidos como “canales”, lugares de acceso a las zonas altas de los macizos y de disfrute para los amantes de los grandes desniveles.

Las calizas que forman estos macizos se formaron durante el Carbonífero, hace unos 300 – 350 millones de años, y fueron depositadas en el fondo del mar cuando nos encontrábamos en latitudes tropicales. En esas condiciones, las cálidas aguas propiciaron la proliferación de organismos marinos como corales, crinoideos, espongas, etc.

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La mayor parte de los fósiles que se observan en las calizas de Picos de Europa son crinoideos, un tipo de equinodermo que vivía en los mares carboníferos.

Durante unos 20 millones de años los restos de estos organismos, junto con la actividad de algas y bacterias, fueron generando la mayor acumulación de calizas de todo el Planeta de ese periodo, con unos 12.000 km2 de superficie y más de 1.500 m de espesor. Cuando las calizas se vieron sometidas al empuje y choque de continentes, estas capas se fueron fracturando y apilando, por lo que su espesor se multiplicó varias veces dando lugar a una ingente masa calcárea cuyos límites actuales aun no se conocen, ya que se pierde bajo el Mar Cantábrico.

Al mismo tiempo, una frondosa vegetación  de bosques tropicales cubría las zonas emergidas. Los restos de troncos, hojas y ramas fueron rápidamente cubiertos por otros sedimentos procedentes de la erosión de los relieves recién creados, evitando así su descomposición. Así se formaron las capas de carbón (de ahí el nombre del período Carbonífero), tan abundantes en varios sectores de la Cordillera y de gran interés socio-económico. Se calcula que para generar una capa de 1 m de carbón se necesitaron 10 m de espesor de árboles caídos.