Hace no tantas décadas, la antes playa de Augas Santas y ahora célebre Playa de las Catedrales era una desconocida playa en la costa de Ribadeo, cubierta completamente por las mareas y peligrosa para el baño. Nadie habría imaginado que este rincón singular, con acantilados que emergen como pilares góticos, llegaría a atraer miles de visitantes diarios, convirtiéndose en uno de los lugares más visitados de Galicia y un paraíso para los amantes de la geología.
Un paisaje esculpido por el tiempo y el mar
Sus acantilados, formados por pizarras y esquistos de más de 500 millones de años han sido, y siguen siendo, moldeados por el incansable oleaje. Las fracturas en la roca y la densa estratificación de estas capas favorecen el continuo derrumbamiento de sus acantilados con la formación de arcos, «ojos» y columnas que se asemejan a las estructuras de una catedral gótica. Durante la bajamar, este mágico arenal emerge, mostrando una fascinante combinación de arte natural y geología.
La importancia de un entorno protegido
Declarada Monumento Natural, la playa forma parte de la Zona de Especial Conservación (ZEC) As Catedrais y de la Reserva de la Biosfera del Río Eo, Oscos y Terras de Burón. Su valor natural, junto con sus galardones como la Bandera Azul y la «Q» de calidad turística, subraya la necesidad de proteger este enclave frente a la masificación turística. Con una longitud de apenas un kilómetro, y solo accesible en bajamar, la regulación de visitantes permite mantener este entorno único. Aún así sigue enfrentándose al impacto del turismo y a los riesgos inherentes a los desprendimientos en sus acantilados. En las 3 horas que la marea baja permite su visita, casi 5000 personas se agolpan para hacerse el preciado selfie.
Un paisaje dinámico y cambiante
Los acantilados no solo son un espectáculo visual, sino también un recordatorio de los procesos geológicos en acción. El constante embate de las olas, junto con el movimiento de las arenas en invierno y verano, transforma continuamente la fisonomía de este espacio. Durante los meses invernales, la falta de arena expone aún más la roca, acentuando la sensación de estar ante una obra viva de la naturaleza.
La Playa de las Catedrales es mucho más que un destino turístico: es una ventana al pasado geológico de nuestro planeta, un laboratorio natural donde los procesos litorales, la tectónica y el clima trabajan de forma conjunta. Visitar este espacio no es solo una oportunidad para admirar su belleza, sino también para reflexionar sobre nuestra relación con el entorno y la importancia de su conservación.